domingo, 21 de octubre de 2012

SU OREJA

Admiración me causa cuando contemplo su oreja. Sencillamente me parece perfecta, digna de confeccionar con ella un molde, un referente de belleza para un patrón del pabellón de una oreja.
Independiente de su funcionalidad, que de vez en cuando mis quejas subidas de tono y mis susurros confidentes de algún secreto comprueban llegan a su interior, me centro en su puro físico,  en ese impacto visual, aislado de toda connotación sentimental o quizás no, ya que la oreja, que creo ya habréis adivinado, es de mi hijo. Intento valorar en su justa medida mi amor de madre, como el artista que es juez y parte de su obra.

La he visto crecer, pero siempre sin perder esas proporciones equilibradas, que dibujan unas lineas curvas suaves, definidas, como estudiadas por un ingeniero que diseña un parque infantil de amables toboganes por donde se deslizan las risas de los niños. Una oreja que siente querencia por el sostén de su cabeza y le acompaña pegada a su pared como si  formaran una compenetrada pareja. 
Recorro con mis dedos el borde carnoso de su contorno  y turbado, sabiendo que soy una enamorada de su oreja, me devuelve una sonrisa. Cierro los ojos y siento cada pliegue en las yemas de mis dedos, como reconociendo la forma de mi obra, su escultura y cuando los abro me parece haber medido los parámetros artísticos del arte romano, del renacer de una obra de Miguel Angel, incluso puedo intuir la relación geómetrica del hombre de Vitruvio que Leonardo Da Vinci nos descubrió en esa parte de la oreja, justo es el tercio de la longitud de su cara. Una oreja renacentista.

Al tratarse de un modelo con vida propia, no puedo tratarlo con la libertad que se tomaba Miguel Angel  con su Moisés y solo me es posible acercarme y estudiarlo porque se encuentra extasiado frente al ordenador, abducido en perfecta introspección, pero al minuto me pide su debilidad, su relax, que deslice mis dedos por su pelo, entonces entra en su nirvana. Puedo entender esa sensación, una parte de mi herencia tiene la clave y se establece una comunicación sin palabras, sencillamente de sensaciones que nos unen en un entendimiento suprasensorial. Unos momentos que no me permitiré olvidar jamás.

El pelo, vecino y compañero de la oreja, merece otro capítulo.





Sonoros besos hiperrealistas.