Maravillosa y eterna
Roma. Concentrada en historia y extensísima en espacio.
Acordamos salir del hotel
en coche y dejarlo en un parking de las afueras. A partir de ahí
visitarla puntualmente en metro o en autobús y fundamentalmente
palparla, admirarla y patearla paso a paso. No fue fácil llegar a
ese acuerdo, porque mi Juan vive en perpetua simbiosis con su coche y su
GPS. Accedió y nos tragó la tierra hasta llegar al corazón de Roma
y nos desparramamos por sus arterias, mapa en una mano y cámara en la
otra.
Cayó la noche y
borrachos de placer arquitectónico e histórico y extasiados después
de una romántica cena familiar con nuestros dos hijos adolescentes, en un encantador lugar como es el Trastévere,
nos sobresaltó la alarma; había que regresar en metro y este cierra
a las 11 horas.
Juan, maldijo no poder
tener a mano el coche, pero sin remedio tuvimos que decir pies para
que os quiero. Dicho y hecho, la carrera a lo largo de todo el Circus Maximus fue olímpica y llegamos a tiempo a coger el último
metro de la noche. Por fín llegamos a nuestra parada “Cornelia”,
nos vomitó de sus entrañas y …¿dónde estábamos? La noche había
transformado con su negro manto el panorama de la típica avenida de
las afueras de una gran ciudad, sin habernos dado cuenta siquiera que
habíamos salido por otra de las tantas bocas de Cornelia.
Doloridos mis pies y
cansada, empezaba a sentir unos espantosos celos de la señorita que
guiaba a Juan desde su GPS a la que se estaba añorando
lastimeramente delante de mi mapa y poniendo en duda mi brújula
interna. Y sufría, padecía por ver los ojos asustados de mi hija y a sus labios decir ¿nos hemos perdido?
Era tal el cóctel de
emociones que me sentía como Alicia en el país de las Maravillas,
queriendo encontrar al gato de Cheshire y preguntarle “¿podrías
decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?”,
aunque recordaba la respuesta, “eso depende en gran parte del sitio
al que quieras llegar” y parecía que oía la conclusión “siempre llegarás a
alguna parte si caminas lo suficiente”.
Pues bien, me encaminé a
buscar a ese gato de amplia sonrisa que me guiara en mi búsqueda.
Evitaría encontrar a ese Nerón que incendió Roma o a la Reina Roja
que cortaba cabezas. Solo encontré encantadores ciudadanos romanos
que me dieron multitud de pistas hasta dar con la definitiva que nos
llevó al sitio que queríamos llegar. Afortunadamente el español y
el italiano tienen mucha afinidad.
Comprobado, “preguntando
se va a Roma” y confiando en tu sagacidad e iniciativa también.
Os deseo unas felices y aventureras vacaciones, lejos o aquí al lado. Disfrutad del tiempo libre, respirad hondo y a la vuelta esperemos encontrar el norte a esta situación tan difícil que nos ha tocado vivir.
Besos encontrados.