viernes, 21 de junio de 2013

PARKING

No se como lo hace, pero él siempre encuentra hueco. Es paciente, perseverante y muy perspicaz, sabe detectar las pistas que le llevan a deducir que ese individuo se marcha, abandona ese espacio porque ha sacado las llaves de su bolsillo, porque sabe a la hora que habitualmente sale a trabajar, porque presiente que el conductor de ese coche se marcha, sabe que no acaba de llegar. Tiene un verdadero radar para encontrar aparcamiento en el más de los saturados barrios de la ciudad. Lo más increíble es que no le estresa para nada esa  operación de búsqueda y no es ningún revulsivo para no utilizar el coche y moverse por la ciudad. Yo no le encuentro otra explicación, tiene suerte, está en el sitio adecuado y  en el momento oportuno. No busca la suerte, es que la fortuna le encuentra.

Sin embargo, en esa odisea, ella acaba siendo una mujer al borde de un ataque de nervios, ¿por qué no puede plegarlo y meterlo en el bolso?. Sería ideal, siempre contigo, controlado, no te lo rayan, ni ensucian, ni te lo multan y se ahorra un montón de maniobras y cálculos. En fin, los dioses le tienen negado el privilegio de encontrar el ansiado oasis que dé descanso a su coche, hasta que comprueban que ha recorrido todo un vía crucis y por compasión le recompensan y logra aparcar. 

Ha sido una constante en su vida, la dura tarea de aparcar.
No puede precisar cuando comenzó a practicar esa operación, un poco después de acabar bachiller, justo cuando decidió dejar en vía muerta la ilusión de ser enfermera para hacer un cambio de agujas y emprender su otra vocación de maestra. Pero llegó la crisis de los 80 y  acuciada por la necesidad de trabajo, dejó aparcada por un tiempo indeterminado ese futurable oficio y entró en la administración pública del estado y de ese parking público ya no hubo salida.

Y aparcar varios amores por elegir uno solo.

Pasó el tiempo y la vida le regaló unos preciosos hijos que se convirtieron en su norte, olvidándose de tantas ilusiones y sueños pasados. El mundo le exigió de nuevo aparcar a sus hijos pequeños durante muchas horas al día y delegar su afecto en otras personas. Amargo aparcamiento que nunca entendió se pudiera considerar no fuera contra natura, apartar a los hijos del afecto y contacto de su madre a los pocos meses.

Rompersele el corazón al tener que admitir la necesidad de cambiar el hogar de toda una vida a otra morada desconocida a su padre, sabiendo que era definitivamente el último parking.

El reloj corre y la espera se hace corta o eterna.

 Todavía tiene tiempo, el poco tiempo del que pueda disponer. Aprovechar el tiempo, saber sacarle partido. Explotar todos los recursos para gestionar bien el tiempo. Quizás ese tiempo futuro le permita sacar del parking más de un sueño injustamente inmovilizado. El precio que tenga que pagar al pasar por la cabina de salida es una incógnita, no sabe si se lo facturarán por minutos o por horas, ya se verá y si hace falta nos saltaremos la barrera y diremos como en las autopistas catalanas, no pago peaje.

De momento la tecnología puede ser nuestra aliada. Esta madre ya la aprovecha bien.



Besos sin peaje.

sábado, 1 de junio de 2013

FILA CERO Y PALOMITAS. PIGEON IMPOSSIBLE

Hoy os invito de nuevo a ocupar una butaca en la fila cero de esta Tartana, pero no me atrevo a ofreceros palomitas, por lo menos como la de este corto de animación desde luego no. Ya me diréis si os atreveríais a veroslas con ella.


Siempre las he considerado una simbólica ave, de la paz, ambientando las plazas y jardines. Entretenimiento de los niños que se empeñan en darles de comer las sobras de sus meriendas, a perseguirlas para que arranquen a volar o en un descuido las puedan cazar. Amigables, pero muy cautas, graciosas con su baile de cortejo y ese pavoneamiento del macho con su buche hinchado. Recuerdo de pequeña haber visitado un palomar donde preparaban a los pichones para competiciones en vuelo, todo un arte y dedicación.
En fín, desde esa perspectiva, una imagen muy agradable. Hasta que un día mi hijo, en el patio de infantil,  quiso recoger una blanca pluma de alguna paloma que la perdió y una madre muy alarmada me advirtió del peligro de tocarla, son tremendamente sucias y foco de infección o contagio de gérmenes nocivos, vamos me las retrató como ratas que vuelan, por no decir la plaga que son para los edificios históricos.

Yo ignorante de todo esto, un día recogimos de la calle a una paloma blanca que quieta a pie de un árbol parecía herida o enferma. Mis hijos insistieron - ¿podemos ayudarla? ¿la llevamos al veterinario?  Ufff!! cualquiera les dice que no y desautoriza la parábola del buen samaritano. Al llegar a casa la metimos en una caja arropada con algún recorte de tela, agua y algo de pan, al ratito parece que la paloma espabiló y de repente arrancó a volar directo a la ventana, que tenía las persianas venecianas subidas y los cristales recién limpios y transparentes y cerrada, claramente. La consecuencia la podéis imaginar, se dió un trompazo morrocotudo contra el cristal y vuelta a estar noqueada. Los peques decidieron abrir la ventana de par en par y esperar. Dicho y hecho, la paloma volvió a reviscolar y directa a la calle. Fue un espectáculo verla salir desde la altura de un octavo piso y emprender el vuelo hacia no se sabe donde. ¿Mamá, volverá al parque? y ahora pienso, pues menos mal que se fue, fuera donde fuera.

Besos y rosas como se dice por aquí a las palomitas (de comer).