No se como lo hace, pero él siempre
encuentra hueco. Es paciente, perseverante y muy perspicaz, sabe
detectar las pistas que le llevan a deducir que ese individuo se marcha,
abandona ese espacio porque ha sacado las llaves de su bolsillo, porque
sabe a la hora que habitualmente sale a trabajar, porque presiente que
el conductor de ese coche se marcha, sabe que no acaba de llegar. Tiene
un verdadero radar para encontrar aparcamiento en el más de los
saturados barrios de la ciudad. Lo más increíble es que no le estresa
para nada esa operación de búsqueda y no es ningún revulsivo para no
utilizar el coche y moverse por la ciudad. Yo no le encuentro otra
explicación, tiene suerte, está en el sitio adecuado y en el momento
oportuno. No busca la suerte, es que la fortuna le encuentra.
Sin
embargo, en esa odisea, ella acaba siendo una mujer al borde de un
ataque de nervios, ¿por qué no puede plegarlo y meterlo en el bolso?.
Sería ideal, siempre contigo, controlado, no te lo rayan, ni ensucian,
ni te lo multan y se ahorra un montón de maniobras y cálculos. En fin,
los dioses le tienen negado el privilegio de encontrar el ansiado oasis
que dé descanso a su coche, hasta que comprueban que ha recorrido todo
un vía crucis y por compasión le recompensan y logra aparcar.
Ha sido una constante en su vida, la dura tarea de aparcar.
No puede precisar cuando comenzó a practicar esa operación, un poco después de acabar bachiller, justo cuando decidió dejar en vía muerta la ilusión de ser enfermera para hacer un cambio de agujas y emprender su otra vocación de maestra. Pero llegó la crisis de los 80 y acuciada por la necesidad de trabajo, dejó aparcada por un tiempo indeterminado ese futurable oficio y entró en la administración pública del estado y de ese parking público ya no hubo salida.
Y aparcar varios amores por elegir uno solo.
Pasó el tiempo y la vida le regaló unos preciosos hijos que se convirtieron en su norte, olvidándose de tantas ilusiones y sueños pasados. El mundo le exigió de nuevo aparcar a sus hijos pequeños durante muchas horas al día y delegar su afecto en otras personas. Amargo aparcamiento que nunca entendió se pudiera considerar no fuera contra natura, apartar a los hijos del afecto y contacto de su madre a los pocos meses.
Rompersele el corazón al tener que admitir la necesidad de cambiar el hogar de toda una vida a otra morada desconocida a su padre, sabiendo que era definitivamente el último parking.
El reloj corre y la espera se hace corta o eterna.
Todavía tiene tiempo, el poco tiempo del que pueda disponer. Aprovechar el tiempo, saber sacarle partido. Explotar todos los recursos para gestionar bien el tiempo. Quizás ese tiempo futuro le permita sacar del parking más de un sueño injustamente inmovilizado. El precio que tenga que pagar al pasar por la cabina de salida es una incógnita, no sabe si se lo facturarán por minutos o por horas, ya se verá y si hace falta nos saltaremos la barrera y diremos como en las autopistas catalanas, no pago peaje.
De momento la tecnología puede ser nuestra aliada. Esta madre ya la aprovecha bien.
Besos sin peaje.
No puede precisar cuando comenzó a practicar esa operación, un poco después de acabar bachiller, justo cuando decidió dejar en vía muerta la ilusión de ser enfermera para hacer un cambio de agujas y emprender su otra vocación de maestra. Pero llegó la crisis de los 80 y acuciada por la necesidad de trabajo, dejó aparcada por un tiempo indeterminado ese futurable oficio y entró en la administración pública del estado y de ese parking público ya no hubo salida.
Y aparcar varios amores por elegir uno solo.
Pasó el tiempo y la vida le regaló unos preciosos hijos que se convirtieron en su norte, olvidándose de tantas ilusiones y sueños pasados. El mundo le exigió de nuevo aparcar a sus hijos pequeños durante muchas horas al día y delegar su afecto en otras personas. Amargo aparcamiento que nunca entendió se pudiera considerar no fuera contra natura, apartar a los hijos del afecto y contacto de su madre a los pocos meses.
Rompersele el corazón al tener que admitir la necesidad de cambiar el hogar de toda una vida a otra morada desconocida a su padre, sabiendo que era definitivamente el último parking.
El reloj corre y la espera se hace corta o eterna.
Todavía tiene tiempo, el poco tiempo del que pueda disponer. Aprovechar el tiempo, saber sacarle partido. Explotar todos los recursos para gestionar bien el tiempo. Quizás ese tiempo futuro le permita sacar del parking más de un sueño injustamente inmovilizado. El precio que tenga que pagar al pasar por la cabina de salida es una incógnita, no sabe si se lo facturarán por minutos o por horas, ya se verá y si hace falta nos saltaremos la barrera y diremos como en las autopistas catalanas, no pago peaje.
De momento la tecnología puede ser nuestra aliada. Esta madre ya la aprovecha bien.
Besos sin peaje.