viernes, 1 de marzo de 2013

MÁS QUE NIÑOS





Desde nuestra perspectiva actual de adultos miramos a la infancia con añoranza y porque no decirlo con envidia sana, por supuesto.  Quien fuera niño ahora, en esta parte del mundo civilizado, claro está.  Pertenecer a esa infancia que goza de una gran consideración y atención  y hasta llegaría a decir de sobreprotección, porque no sería para menos al sentirnos engullidos por una sociedad tremendamente compleja, hostil e invasiva en la que crecen nuestros niños. Nos da miedo dejarlos solos, queremos preveer todas sus contingencias, tenerlos siempre controlados y muchas veces infravaloramos sus capacidades y se llega hasta tal punto que no despegan el vuelo, no abandonan el nido, hasta más allá de los 30.

Por mi mente rondan algunas comparaciones a la hora de que aprendan a valorar el riesgo, a experimentar la realidad. Difícil es cuando los envolvemos entre algodones, cuando van al parque y juegan en ese rincón lleno de columpios de diseño, acolchados con un suelo de goma especial que amortiguan las caídas, frente a nuestros juegos de antaño entre cañaverales, tierra, piedras, muros que escalar y árboles a los que subir. 
Por cierto, ¿le hemos preguntado a los niños cómo quieren que sean sus parques, cómo quieren y con qué quieren jugar? Quizás nos sorprenderían pidiendo jardines, escaleras, plazas, sitios para esconderse, lugares no especialmente diseñados para el  mismo juego que al final aburren,  que no les dejan inventar juegos que les lleven a la sorpresa.

Sería estupendo que nos pidieran la ciudad entera para ellos. Una ciudad diseñada pensando en ellos que como nos dice Tonucci (pedagogo italiano), una ciudad para los niños es una ciudad para todos.  Una ciudad llena de niños, visibles por sus calles y no solo a la hora de salir o entrar al colegio. Niños que viven su ciudad con gran autonomía, solos o vigilados de lejos por los adultos, que comprenden y descubren las necesidades de su ciudad.  Porque seguramente una ciudad con esa vida de barrio, con esa supervisión  vecinal será más segura para nuestros niños y no exclamaremos al ver a niños de 7 u 8 años solos que sus padres son unos irresponsables, sino que esos hijos asumen su parte de responsabilidad y la ejercen y nosotros tomamos las medidas y velamos porque así sea.

Señores alcaldes, escuchen a los niños, todavía no han acabado de aprender a pensar como adultos, son originales, creativos, libres de prejuicios, a mostrarnos a hacer de otra manera las cosas y pueden permitirse decir lo que piensan sin ser obedientes, buenos y quizás piense poco respetuosos. 
¿Se atreven a asumir ese reto, a sentirse incómodo, a dale la vuelta al calcetín y a ver la ciudad ni desde la derecha ni desde la izquierda ni desde del consenso, sino desde la felicidad?

Es posible, y nos pueden sorprender. Os muestro una propuesta de unos niños hecha realidad.


Besos creativos.