lunes, 12 de noviembre de 2012

UN ABRAZO

Traspaso el umbral de la puerta y le lanzo mi saludo, un hola con la melodía de una cantinela y escapándose al encuentro me devuelve el eco de su risa pillina. Pero él sabe que no tiene escapatoria y espera agazapado en el sofá la emboscada que le tengo preparada. Me reciben esos ojillos achinados por la risa y el cuerpo encogido por la vergüenza. Prepara su estrategia de guerra, se revuelve como una anguila para esquivar mis besos e inicio mi contraataque, una batería de cosquillas que apuntan a su mismísima línea de flotación, las costillas. Queda desarmado por las risas y se encuentra vulnerable por los divertidos espasmos y no puede más que caer rendido a mi cariñoso saludo. Para firmar el armisticio le exijo solo una capitulación, un gran abrazo de oso.

Una agradable y tierna sensación recorre mi cuerpo, rodeado de sus pequeños brazos a mi cuello y de sus piernas en precavido placaje en mi cintura. Siento su cuerpo un apéndice más del mío, tal como fue en no tan reciente pasado, dándole toda la protección, todos los cuidados a través de mi cuerpo, unido a mí, como nunca lo estará ya.

Al grito de “nos vamos”, se desembaraza de mí y corre a coger su abrigo, le arropo bien para protegerlo del frío viento de la calle y nos dirigimos al coche, sin desvelar nuestro destino, el centro de salud. Ha llegado el momento de la vacunación, que no me pille desprevenida ninguna enfermedad que podamos evitar, así que proporcionaremos a sus defensas una buena trinchera, donde esos “pokemon” luchadores podrán repeler a esos malvados microorganismos.

Con ese mismo instinto de protección le siento en su sillita infantil y le abrocho sus arneses, convencida que ante una frenada brusca o accidente, ni el más grande de mis abrazos de oso podría retenerle en mi regazo, de modo que delego mi protección en ese artilugio con cinco puntos de anclaje, el mejor de los pulpos que aunque cojo, le aferrará a la vida.
El cordón umbilical ya se ha cortado y él es una personita que cada vez será más autónoma, no siempre estará pegado a mí, aunque alguna vez se me haya pasado por la cabeza atarlo a mi con mi cinturón de seguridad, pero la deseché inmediatamente en cuanto me enteré que de este modo se puede convertir en mi airbag y aplastarle como una mosca contra un cristal.
Para que el nivel de protección sea el máximo, he instalado la sillita en el asiento central trasero que las estadísticas apuntan es el más seguro, a pesar de dejar de tenerlo tan cerca como en el asiento del copiloto, llamado asiento de la suegra, no sé por qué, ya que está demostrado que es el más peligroso.
Para que mi manto de protección sea el más eficaz, y no siendo mujer de marcas, he comprobado que tenga la etiqueta que certifique su homologación, esas condiciones mínimas de seguridad que cuiden bien a mi peque.

Al llegar al centro de salud, lo recojo en mis brazos desde el lado de la acera, la mejor plataforma de aterrizaje y evito el lado oscuro por el que me puede atacar desprevenidamente cualquier estrella de la muerte. Suerte que las clases de Pilates me ayudan en estos estiramientos para sacarle de su silla, ya que sacarle desde el asiento central es una prueba para Elastic-girl, soy una mamá increible.
Por ahora estoy en forma y subir y bajar del coche llega a ser un entretenido juego, ahora bien, no creo que le guste tanto jugar a médicos, cuando sienta la aguja en su bracito. Bueno, bueno, eso no pasa todos los días, ¿verdad?


Abrazos especiales que salvan vidas.